Sí, es difícil decir adiós, a lo que se quiso, a lo que aún se quiere, eso que por alguna razón se va. Cuando la sensación es tan inaguantable que estrangula cualquier razonamiento, se percibe en el momento como una clara amputación, de un intangible quizá, o de algo que en algún momento se convierte en un todo. Pero los todos y la nada son tan relativos. Una palabra que hizo falta, o un afecto que jamás existió, bien podrían ser la espina que continúa punzando durante los atardeceres venideros. Y por la noche, justo al apagar la luz, esa extraña sensación de vacío hace parecer los espacios incompletos, como aferrándose a un abrazo que no se puede dar, o que se quisiera recibir. Y en el interminable transcurrir, se va extinguiendo poco a poco eso a lo que llamamos esperanza, triste consuelo de aquellas aspiraciones tontas, de aquellos momentos abandonados en el pasado, muertos ya, en un peculiar esquema que siguió los trayectos del sinsabor, en esa amargura del hoy. Pero no permanecen por siempre los viejos fantasmas, ¿podrían acaso perturbarnos para siempre? En un implacable ir y venir, todos esos antiguos adiós se van esparciendo en los resquicios de la memoria y, si bien no desaparecen, se cubren de un fino manto de tiempo, camuflándose con el constante cambio. Entonces, contemplamos los continuos finales desde esa vitrina que siente cada vez menos, así preparamos el cambio de papeles, la inexorable plataforma desde donde nos preparamos para la última despedida, y así alguien más la recordará, esperando su cruel turno.
lunes, 24 de marzo de 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
Me gustó bastante esta entrada; como te imaginarás, me he sentido identificado.
Justo hoy fue uno de esos días de recordar lo que fue...
No sé si aquel que recuerde tendrá un cruel turno, pero definitivamente que será uno fatal.
Vamos bien, no. Y hasta con una pintura de Vincent Van Gogh...
Publicar un comentario