viernes, 14 de marzo de 2008

Adentro


Por un momento se sintió seguro, creyó en la mentira que acababa de inventar y se refugió en ella. Suspendido en la fantasía se echó a volar por un breve tiempo, un instante rebosante de ignorancia y engaño que lo satisfacía hasta la saciedad; y luego cayó. No porque no lo hubiera meditado con anterioridad disfrazó esa realidad ridícula, sino porque se hartó de su inherente soledad. Es tan reconfortante pensar que los que nos rodean ciertamente disminuyen esa sensación de vacío, pero el individuo es solitario por mandato natural, es único en esencia. Y por un momento sintió que al tocar esas tiernas manos femeninas una extraña electricidad lo reanimaba en su interior, olvidó que la reacción no era más que una expresión de su ser que desde adentro realiza una burda interpretación de su entorno: en efecto, la electricidad nunca provino de afuera, fue creada por él, individuo indivisible. Sintió entonces como su cuerpo estaba recubierto por espinas que impedían todo acercamiento con sus semejantes, la cruda realidad azotó un golpe certero haciéndole ver que nadie nunca lograría adentrar en su corazón o en su mente, era un hecho, estaba solo, y todos lo están. Una lagrima escapó de él a la mañana siguiente mientras la contemplaba dormir. Vio su pálido cuerpo junto a él, un frío y distante ente que la noche anterior lo endulzó con pasión y deseo, que lo hizo olvidar su existencia, su yo. Se acercó necesitado, rodeó su tibio vientre y pensó: qué difícil es conformarse con la piel cuando lo que se requiere es algo intangible. Continuó su inevitable rutina, visualizó su día plano y sin emoción, condenado en resignación escudriñó en los rincones buscando anhelos, soluciones y esperanzas, prosiguió: aguardando los años.

jueves, 13 de marzo de 2008

Encontrando el sentido


¿Y si el viejo cuerpo perdurara? ¿Si la vida dejara de ser un suspiro efímero de décadas decadentes? Sería trascendente, en efecto. Un poco más, por lo menos, de lo que lo es en realidad. Sin ahondar en el alma, el individuo tendría la capacidad de engrandecerse, no como el súper hombre de Nietzsche, sino como un ente pragmático y funcional. A la larga el hecho de saberse finito, ¡tan finito!, hace ver insignificantes los eventos y sus consecuencias. El aprendizaje en sí mismo es un objeto altamente valorado, la creación en todas sus formas, la apreciación de los vínculos y la superación, todo al fin y al cabo son cualidades humanas individuales que se pierden con la muerte. Y si se toma en cuenta que la cita con la muerte llega tan rápido, toda virtud atesorada en esta vida es una mera insignificancia. ¿Cuál es el valor supremo entonces de la vida? Si seguimos un camino coherente de ideas, el juicio al que se llegará tendrá que ver indefectiblemente con el alma, el espíritu o la concepción de lo ulterior. ¿Entonces de qué sirve la escritura y la introspección que ésta conlleva? ¿No son las palabras y los sentimientos que ellas representan una mera insignificancia más? Claro, bien podría pensarse que son los ornamentos necesarios de la existencia, que sirven para llenar el ocio de los minutos durante el corto período de la vida, o podría ser una mera bitácora ostentosa y engreída. Si ese fuera el caso y mi diario no pasara de ser una vana presunción, una inútil distracción, no importaría en lo más mínimo su secuencia ni su interrupción, ni su forma o su divulgación, podría ser apócrifo incluso para disminuir la vanidad. Si dejara de pensar por un minuto en el arte y su importancia, podría seguir el paso hasta el final como un gran libro en blanco, con un único adorno de importancia monumental, el grande y poderoso punto final.

martes, 11 de marzo de 2008

El ello


Supuestos juicios minuciosamente elaborados por un sistema de pensamientos lógicos, algo desencadenó la realidad. De pronto un sollozo se hace presente y las lágrimas corren de un rostro que pareciera no ser el mío, cuánto dolor puedo causar con esta mi manía de ser un yo irrestricto e instintivo. El producto de los años es un evidente detrimento de la sensibilidad, una especie de arrepentimiento del tacto; ya no es necesario el eufemismo cuando lo real azota en la cara como cachetada. Todo se resume y a la larga se evidencia en la debilidad de las personas que no ahondan en sí mismas, casi suena a excusa, pero el mundo es una selva despiadada en la que hay depredadores y depredados, donde los depredadores muchas veces somos depredados, como en un inmenso karma, y es entonces cuando el mundo está en paz. En una extraña paz, ciertamente, porque alguien despertó al terrible monstruo que se esconde bajo el ego, lo hizo cobrar fuerza, lo obligó a atacar despiadadamente a la ilusión en la que viven los marginados soñadores. Cuánto lo lamentará la bestia, durante el tiempo que le resta, haber sido victimario, cuánto daño se causa al dañar… de nuevo es tarde, es otra vez hora de morir.

domingo, 9 de marzo de 2008

Ciclo

Un diario contemporáneo que narra a través de una red intangible y cosmopolita las extravagancias, excentricidades e insignificancias de la gente. Oídos sordos que se prestan a jugar con la retórica de las palabras. El ocaso del año, del ciclo que llegó a su cenit y comenzó a perecer. Entre una extraña lluvia que se estampa sobre un vidrio y el frío que se filtra por las terminales nerviosas, un pequeño suspiro yace en el fondo del ánimo tratando de emerger. Es una mezcla de tedio y desesperación, de desesperanza, de conformismo, ¿de costumbre? La vida se repite una y otra vez, y cada período parece ser menos relevante que el anterior, menos significativo, menos hiriente. Con el paso del tiempo las emociones se vuelven una reacción más del organismo, como si la vieja cicatriz se hiciera más resistente… y ya casi olvidara la injuria que la provocó. La incuria que la provocó. Veintiséis septiembres diferentes, que aguardan otros veintiséis, a la espera del final, cualquiera que sea, con la indiferencia de la roca que ve inexorable el paso de los segundos, uno tras otro. Y la soledad yace sentada en el rincón de la habitación, mientras escribo unas palabras, y espera paciente mientras la acompaño con una melodía y un trago, figurando entre la penumbra de la noche y la iluminación del ordenador. Gracias por esperarme, soledad, mi incondicional compañera.