domingo, 17 de mayo de 2009

Inmersión


Solo soy las cosas que he vivido, los lugares que he conocido, lo que he leído entre líneas para descubrir mis pensamientos; lo que he probado: el dolor, el vino, las mujeres, el humo con olor a manzana que me embriagó alguna vez. Y sin embargo soy tan poco. Situado en una extraña abstracción desorganizo el panorama, lo desdibujo en un total arrebato de color, con formas onduladas en un celeste marino que se mueve en olas hacia mí. Sumergido en líquidas reflexiones descubro la cercanía de lo absurdo, una secuencia esquemáticamente desorganizada que se traduce en cotidianidad, tal como la vida que decidimos llevar, en una serie de eventos que nos han elegido para desempeñar un rol, el de payasos en el circo cruel. Una memoria borrosa me recuerda que alguna vez fui un niño sentado frente al lago, anhelando no dejarlo por nada, para vivir en él una parodia más relajada, más inocente. Idilio primario de un Atitlán distante. Así como los anhelos, los años se han vuelto muchos en su singular modo de aglomerarse; quizá es tiempo de regresar a lo básico, a lo elemental. Abro los ojos desde el fondo, dilucidando las formas que toma la luz al quebrarse en la superficie, observando el cielo en una perspectiva diferente, renaciendo al mundo necesariamente. He sufrido un duro golpe, que me hizo vulnerable en la columna vertebral de mi torcida vida, y de ahora en adelante estaré ligado a un nuevo útero, consuelo de males de esta patología inesperada, donde las cosas pesan un poco menos y transcurren lentamente, agua de necesidad.

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