martes, 21 de octubre de 2008

De tumbas y muertes


Columnas de mármol de pie y piedra, contenedores de barro encalados y restos de eso que alguna vez fue una flor, tierra recién removida al costado de una fosa, expectante del nuevo relleno. Así te veo, muerte, destino de todos en este postrero octubre, con un cierto morbo de frases de obituario, harto de sarcasmo y llanto, siempre el llanto. Así te veo, así me veo, con ese lento morir, con esos anhelos muertos de muertes paulatinas, y en tu muerte no encuentro las horas. Hay algo más que tristeza en esos ojos, algo físico que se yuxtapone al hecho de que tus ojeras omnipresentes se dibujan en el ambiente, como si quisieras decirme algo que ya sé, como si suplicaras algo, y yo no te lo puedo dar. No sé si tus días o los míos se encontraron, si ya no lo harán más, o si el recuerdo de un niño jugando con vos pueda llenar el vacío que quede, porque de repente aún siento el humo de tus cigarrillos y casi puedo adivinar las colillas. Anticipo la tragedia, atenta al cruel desenlace. Me despido en letras, como siempre, con cobardes letanías que jamás se pronuncian, por el miedo inherente de los silencios eternos, por la tristeza adjunta que se enquista en mi memoria, ecos fúnebres que ya rebotan en tus paredes. De modo que ya se perfila el lodo, bajo la última llovizna del mes, en ese llano camposanto de los finales obligados, fiel a nuestra precaria humanidad.

martes, 14 de octubre de 2008

Carne para gusanos


Aniquilado desde el primer momento, desde ese primer rayo de sol que asomó por mi ventana. Amaneció, no sé por qué. Amaneció talvez, pero yo no desperté, más bien me levanté sonámbulo a deambular por los estrechos y mal hechos eventos del día. El día es en sí un cúmulo de tiempo deforme, de tiempo decadente. Y aquí me encuentro, apenas vivo, más bien muerto, encerrado en el cuarto oscuro que me retiene, que me minimiza, el cuarto oscuro que soy, observando vagamente el paso de los instantes y los entretiempos, despreciando y condenando esta recurrente visión de reloj de arena de la vida, rehuyendo y escapando inútilmente del delirio que subyace a la arena del reloj de la muerte; entregado a la locura. ¡Ah, cuánta locura hay en la pena! ¿Cuánto más se demorará esta arena en enterrarme por completo? Este malestar cesará hasta que la punta del dedo de mi mano alzada al aire se confunda con la tierra, hasta que esté completamente cubierto, verticalmente estiercolizado, aguardando en silencio el arribo de los gusanos. ¿O ya están aquí los gusanos? Al parecer estos seres rastreros se han adelantado a mi caída porque me devoran de pie, como árbol vencido, como columna que sucumbe ante sus grietas añejas. ¿Es que acaso no soy más que comida para gusanos? ¿Y qué si lo soy? Comerán más los gusanos entonces, que se indigesten de mí los asquerosos, al fin ya nada importa, ya no sé qué hago en este lugar, me siento solo, me siento extraño, esa es mi situación, aniquilado, enterrado, desde aquel primer momento.

Originalmente publicado en revista Necrópolis Andante.

lunes, 13 de octubre de 2008

Octubre


Salgo a la calle, un gran esfuerzo mediático se empeña infructuosamente en hacer creer que todo está como debería estar. Sigo caminando y echo un vistazo a los rostros de la gente, con su lamentable indolencia, esa masa que sabe callar cuando debe, cuando siempre. Ya circunda el sutil frío de fin de año, con un viento que despeina mi creciente cabellera, canas incipientes de tedio que juegan viejas sin dirección ni compás. Llego a mi destino, porfiado en la perpetuidad, olvidado de espontaneidad, marchito indefendible. Como quien no quiere, un fantasma de ternura ofrece el protocolo de bienvenida, una criaturita de cuentos de hada, enredada en el continuo conflicto de interactuar con la desilusión, ¿temerosa? Unos ojitos opalescentes que un día irradiaron dicha y que hoy tratan de olvidar, que han dejado de ser ventanas y se han sellado para no recordar, ¿cuál fue su único error? Y es que talvez no lo hubo, no existió equivocación alguna, sólo fue la inminente obstinación de entregar el corazón, en este mundo surreal y apático donde la dinámica mecaniza los sentidos, donde el tiempo palidece la emoción. La sentí desvanecerse frente a mí, débil en el alma y agotada de continuar, quise conmoverme y abrazarla, pero no lo hice. Por alguna razón sufrí sin reaccionar, exhausto yo también, la observé derramar sus lágrimas, paralizado en mi desatino la acompañé en silencio, como quien no tiene nada más que decir. En ocasiones el corazón nos juega la vuelta, nos guía por un terreno peligroso y sin pensar lo transitamos hasta tropezar, caemos. Minutos más tarde me acompaña a la puerta, pensativa, silente, absorta en mis pocas palabras. Yo me despido y me dispongo a salir, afuera una titubeante brisa me dice que algo cambió, comienza octubre, termina el año, sin ver hacia atrás.