domingo, 22 de junio de 2008

Claus


Minimizando ventanas encuentro lo simple en un reducido confinamiento, ecléctico de intrascendencia, a la vez que invado el espacio aberrante en el que tanto he tratado de no caer. Un segundo a la vez se constituye una eternidad, y con cada palabra mi texto se retuerce en su habitual complicación, pero esta habitación es ya una suma de tantas cosas que de repente su única salida es la propia reinvención; así, mi espacio vacío es ahora un tangible coherente. Adentro no hay lluvias ni amaneceres, alejado de interacciones, opiniones y rutinas, una inundación consecuente de egoísmo necesario que es complaciente y enfermizo, todo un paraíso de la mente. Pero, ¿qué me llevó hasta aquí? La saturación, creo. Un porqué que no se encontró en los diálogos pesados que deseaba tirar, aglutinante, una bomba de sentimientos que nunca estalló. Porque la importancia de estar solo es tan elemental como la evasión de lo que estorba, tomando en cuenta que esta sociedad es un conglomerado de farsas bien estructuradas que se repiten en intervalos de cinismo colectivo. Por eso desnudo las paredes, los techos, los pisos, dejando únicamente esa sustancia, plasma vital de donde se desprenden los excedentes, para encontrarme en un encierro básico, único, sin exteriores, olvidado de puertas.

martes, 17 de junio de 2008

Mi padre


Mucho ha cambiado desde que apenas percibía el entorno con ojos de niño, mucho cambiará, sin duda, cuando el vacío en la habitación me haga extrañar su presencia, cuando su voz que es la mía ya no se escuche en un tiempo al unísono, cuando mis latidos sean sólo míos y no suyos, cuando sea la parte de él que permanece. Mucho ha pasado, y más que la convivencia y las similitudes, dos generaciones se encuentran finalmente, se amalgaman en un collage de eventos compartidos, de amarguras y alegrías conjuntas, en un mismo plano de la existencia donde la sangre es el más simple de los vínculos, más no el único. Pero su viejo semblante será con los años el mío, su antigua madurez se transforma en el hoy que definirá mis decisiones, será una herencia con muchos trasfondos que dejarán al descubierto a la persona en la que me he convertido, un yo intervenido, un él modificado, en esa constante reinvención de las generaciones. Y así, conforme las estaciones avanzan, una extraña sensación de nostalgia se apodera de mí, saberlo finito en mi humilde mundo de emociones gigantescas me causa gran consternación, es el miedo a perder lo que tanto se ama, lo que invariablemente se necesita, lo que tristemente un día dejaré ir. Un legado de conductas, valores y sentimientos que vivirán únicamente dentro de mí, entre recuerdos y sueños a medio construir, entre promesas y aspiraciones, un tesoro transmitido con paciencia y dedicación, en una carrera de afanes que se resistieron entre sonrisas y abrazos, entre la experiencia y la juventud, entre él y yo.

viernes, 13 de junio de 2008

Silueta


Silueta entre sombras, a pocos centímetros, delineada en una fina pincelada que me absorbe, esencia plástica de esa belleza natural que se manifiesta en la creación. Un rincón acogedor me recuerda que la sensibilidad es valiosísima, una incontenible seducción en el mar de los quizás, y mi quizá se conceptualiza como repentina irreflexión. De súbito me descubro, adyacente, necesitado, a la espera de una comprensión postrera que me llene de significados, vulnerablemente entregado. Me he hundido en peligrosas esperas, aguardando esa invención ideal del destino, y no entiendo mis motivos, no encuentro mis razones, me olvido de mis lógicas y mis criterios, recostado en la comodidad de mis preguntas sin respuestas se me antoja lo irracional, locura disfrazada de permisividad. Encuentro las mezclas sin preparar, piel y aroma de tarde juntos, de preludios de noches y noches, atisbo incomprensible de nuestras posibilidades infinitas; se llama peligro y se escribe con letras mayúsculas. Pero así me gusta jugar, de cerca, porque no quiero perderme esa sensación de realidad, y el óleo vacío se pintará con aquella primera imagen.

Trayecto de invierno


Breve intervalo a lo largo del trayecto, un segundo para reflexionar: el charco continúa. De pronto olvido que detesto manejar, el tráfico se oxida en monotonía y las avenidas me muestran un atisbo de pasividad. Ciudad bajo la lluvia, concreto, humedad y lodo, apenas logro reaccionar entre vidrios empañados y agua por doquier, sueno redundante pero es que el invierno es tan deprimente, habría que obviar a veces los inviernos. Mi destino se vuelve irrelevante a medida que el camino se torna voluble, subo el volumen a una canción y conduzco en una especie de piloto automático, me he extraviado por completo de mi entorno, me diluyo en otra dimensión. De no ser por la inercia no llegaría a mi destino, porque mi destino es una especie de inercia que busco, y que encuentro. No entiendo de complicaciones y miedos, los veo llegar al tiempo que se van, porque en esta ruta que tomo solo una cosa es segura, y es que soy un paso a la vez… Si hay abismo por delante, saltaré y mis pies irán hacia el viento.